lunes, 21 de octubre de 2019

Lôh qe perdieron

Esta luna fría y blanca
Que refleja
En lo alto del cielo boreal
Nuestra mirada pálida e inquieta
Esa luna de allá nos pasa rozando aquí
Roja y sangrante
Las crestas de las sierras de España
Iluminan los rostros sangrantes de los muertos
Hacia ese astro lívido
Alzo el puño de mi cólera
Y hago un voto
-Oh camaradas caídos por nuestra libertad-
De no olvidar nunca
Vuestro sacrificio anónimo
                                              (Luna Roja, N. Bethune)


¿Cuál es el peor castigo que se le puede reservar a alguien; que pueda trascender más allá de la vida? La suposición lógica es decir que el infierno, al menos en nuestro imaginario occidental. Pero no, probablemente el peor es privar a las almas del descanso eterno, o de la oportunidad de redimir los pecados. Si no estás enterrade en tierra sagrada, Dios no te ve. Ni siquiera aunque estés bajo un montón de tierra cualquiera, con cientos de personas junto, bajo, a la vera o encima de ti. Si no tienes lápida con tu nombre, además de no verte Dios, no te ve el mundo. Bien porque no les importe, bien porque te busquen y no te encuentren. Por todo esto, las fosas comunes son el castigo que en este país se reservaba, hace no tanto tiempo, a les marginades de la sociedad. Les que perdieron la guerra, los rojos (y sus compañeras, que ni para ser subversivas se las tenía en consideración), los que no comulgaban con la dictadura.
En una fosa común podemos ver que se cumple, a veces, con la dignidad católica correspondiente a la confesionalidad (no oficial, dicen) de España. Pero no hay ritual, no se promete la vida eterna (Iglesia y franquismo formaban un combo magnífico), no hay una disposición respetable de los cuerpos, no hay dignidad. Por ello constituye un castigo en toda regla.

En el cementerio católico de San Rafael, en Málaga, que alberga la mayor fosa común dentro de un camposanto conocida en el país, se encuentran restos de niñes, mujeres y hombres. Entre octubre de 2006 y 2009, se recuperaron restos de 2840 personas asesinadas (1138 varones, 89 mujeres, 349 infantes -no necesariamente asesinados-, y 1138 indeterminades) entre los años de 1937 y 1955. Nadie escapaba. En el sector 7 de la parcela de San Francisco se encuentran también casquillos de bala, fruto de los fusilamientos previos al arrojo de los cuerpos en las fosas, amén de fotografías, medallas, lápices, notas, crucifijos, ... Testimonios, en definitiva, del arrebato de una vida de forma rápida y brutal. Todo esto se pudo conocer gracias a la motivación de les familiares de les desaparecides, preocupades porque se iba a construir un parque sobre lo que intuían que eran las tumbas de sus seres queridos.
Los trabajos de excavación y de memoria histórica permitieron componer una memoria, elaborar informes forenses sobre las víctimas, ponerlos en relación con los datos históricos silenciados y oficiales, y soporte documental y bibliográfico de todo el proceso.
Se pudo concluir que la mayoría de les asesinades eran varones de entre 20 y 40 años, muertos por impactos de fusiles o de ametralladoras que acertaron en varias partes del cuerpo, y algunos tiros de gracia en los cráneos. Los cuerpos fueron arrojados a las fosas con incuria, sobre todo los días en los que debió haber más fusilamientos. Estaban maniatades con cuerdas y alambres (también por los pies, a veces), y en grave estado de descomposición por encontrarse los cuerpos revueltos y sin ataúd, además de estar colmatados bajo capas de cal viva.
En ese mismo cementerio, en el patio civil, encontramos otros cuerpos indignos de compasión cristiana. Por no merecer, no tenían tampoco féretro (los condenados a garrote vil, que se siguió usando hasta 1978, entraban en este grupo).

El teniente Queipo de Llano fue célebre aplicando castigos. Se especializó en el fusilamiento (nunca por su mano, claro, siempre lo ordenaba a sus subordinados) de rojos, tirando sus cadáveres en cunetas para que se pudrieran a la intemperie, hasta que finalmente fueran recogidos por los servicios municipales de limpieza. El castigo podía ser esperado por todo hombre que no debiera lealtad al nuevo régimen, y sus compañeras eran vejadas, violadas, rapadas, obligadas a abortar, ingerir aceite de ricino, ver cómo sufrían sus seres queridos, y asesinadas. La represión fue especialmente dura con les campesines, a quienes consideraban innobles e incluso de una raza inferior.

La falta de tumba conlleva una falta de dignidad. No es un pensamiento personal, sino colectivo, cultural. El honor y su falta trascienden a la muerte, permanecen para les que se quedan. La humillación perpetrada al difunte es extensible a sus allegades, por eso en esta joven y casi novata democracia nuestra quedan tantos asuntos pendientes, tantas heridas por cerrar. Les vencides y sus descendientes siguen cargando con el estigma y la rabia, resistiendo; les ganadores, por su parte, les escupen y pueden salir a la calle con banderas de una dictadura y el brazo en alto.
Es responsabilidad de les vives recordar. Es responsabilidad de les vives honrar a quienes fueron deshonrades en el aquí y en el allá. Les perdedores de la Historia no deben caer en la oscuridad, porque entonces pensaremos que nunca estuvieron aquí. Se nos olvida que antes de nosotres hubo alguien, y eso no es admisible en ningún caso.
Siempre, siempre, memoria pa resistir.



[Este trabajo es resumen de un apartado de mi propio TFG, El ritual funerario diferenciado como forma de castigo, por lo que no habrá en esta entrada apartado de bibliografía]

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