martes, 5 de noviembre de 2019

Ar prinçipio, fue er quehío

Flamenco...palabra mayor, ¿cierto? Para hablar de ello, debe hacerse desde la solemnidad y el respeto. Es lo estipulado, lo comúnmente aceptado. Aunque no ha sido así siempre.
El flamenco fue un arte marginal desde su nacimiento, y tal consideración tampoco la tuvo en un principio. Era cosa pequeña y cotidiana, muy desconocida, hasta que la cosa "reventó" y salió a la palestra.

El cante flamenco se considera en mayor medida patrimonio del pueblo gitano andaluz. Con la llegada de los Reyes Católicos y sus prohibiciones a las distintas comunidades que habitaban la península, muchas manifestaciones culturales se vieron suprimidas y castigadas. Les pasó a les judíes y a les morisques con su música; no así a les gitanes. Eran un pueblo errante que iba recogiendo las coplillas que cantaban les miserables, perfeccionándolas y dispersándolas a su vez, hasta convertir esos cantes en una seña propia de identidad. Por eso dice Julio Vélez que el flamenco es "la dialéctica de la cultura de un pueblo".

Les gitanes tienen origen incierto para muches historiadores, pero parece ser lo más probable que provengan de la India, arribando a la Península y asentándose en Andalucía tras haber llegado junto con les sarracenes. Su forma de vida, libre de grandes mandamases y dedicándose a determinados oficios (herrajes, forja, cestería, etc), les granjeó pocas simpatías entre las clases más altas, por lo que sufrieron persecuciones y castigos a raíz de las pragmáticas sanciones que contra elles se promulgaban (entre los siglos XV-XVIII). Se consideraban hijes de Lilith, lo que unido al hecho de que, según sus creencias, acogieron a la virgen María (a la que tenían por gitanita) en la huída de Egipto, les hacía librarse de la maldición divina de ganar el pan por el propio sudor. 
La imposibilidad de continuar con su vida como hasta el momento les obligó a echarse a la picaresca, la cual fueron dominando con cada nueva sanción, y cuyos castigos iban desde la imposibilidad de ganarse la vida de cualquier forma que no fuera la labranza, hasta la expulsión, pasando por la esclavitud.
Entonces, ¿cuándo el saber; cuándo el arte?
<<En el principio fue un hombre abrazado a una guitarra>>. Es, sin duda, el principio flamenco del que arranca la vereda cierta. Antes de esto iremos ciegos por las sombras. Acaso un dolor, un lamento que necesitaba ser comunicado, tal vez la fatiga del trabajo duro que puso en la garganta quemada un eco a compás del fuelle, en el rojo candente de la fragua... >>         
(Manuel Barrios, Ese difícil mundo del flamenco)

 Al parecer, la primera referencia que se tiene de un cantaor es más bien mítica: un jerezano llamado Tito Luis el de la Juliana (no se sabe si payo o gitano), que le habría supuestamente enseñado su arte a El Fillo (él es nuestra primera referencia documentada) y al Planeta, allá por 1780.
En aquél entonces el flamenco era cosa de mesa camilla, de casapuerta e intimidad de familias gitanas, concretamente de Sevilla, Cádiz, Jerez y los Puertos. Pero a partir de mediados del siguiente siglo, el flamenco se popularizaría a través de los cafés cantante, pasando la figura del artista a ser errante. Buscaba en tabernas la gracia de señoritos, amenizando a deshoras las veladas donde no faltaba el alcohol. Hubo quien pensó (como el sevillano Demófilo) que estos trasiegos harían que el flamenco perdiese su pureza y acabase por desaparecer.

Los tablaos se fueron consolidando, pasando a convertir sus espectáculos en toda una ópera flamenca, en la que predominaban los fandanguilos, las milongas, las guajiras y las colombianas. Hubo tablaos muy famosos: el de la Filipina (Cádiz), el del Burrero (Sevilla), el de Ramírez (Córdoba), el Café de Chinitas o el España (Málaga), ... Proliferaron por todo el país, conformando una de las bases para lo que sería y sigue siendo buena parte del imaginario folclórico español.

Hoy el flamenco queda como un cante (y toque, y baile) de dolor y de pena, que uniendo el testimonio de los pesares al duende, lleva a la perfección de tan puro arte. Por eso, aunque haya y se enseñe la técnica, el flamenco es siempre cosa de tripas. El día que pierda eso, ya no estaremos hablando de lo mismo.
 

BIBLIOGRAFÍA

-Barrios, M. (2000), Ese difícil mundo del flamenco, Universidad de Sevilla, Sevilla 

lunes, 21 de octubre de 2019

Lôh qe perdieron

Esta luna fría y blanca
Que refleja
En lo alto del cielo boreal
Nuestra mirada pálida e inquieta
Esa luna de allá nos pasa rozando aquí
Roja y sangrante
Las crestas de las sierras de España
Iluminan los rostros sangrantes de los muertos
Hacia ese astro lívido
Alzo el puño de mi cólera
Y hago un voto
-Oh camaradas caídos por nuestra libertad-
De no olvidar nunca
Vuestro sacrificio anónimo
                                              (Luna Roja, N. Bethune)


¿Cuál es el peor castigo que se le puede reservar a alguien; que pueda trascender más allá de la vida? La suposición lógica es decir que el infierno, al menos en nuestro imaginario occidental. Pero no, probablemente el peor es privar a las almas del descanso eterno, o de la oportunidad de redimir los pecados. Si no estás enterrade en tierra sagrada, Dios no te ve. Ni siquiera aunque estés bajo un montón de tierra cualquiera, con cientos de personas junto, bajo, a la vera o encima de ti. Si no tienes lápida con tu nombre, además de no verte Dios, no te ve el mundo. Bien porque no les importe, bien porque te busquen y no te encuentren. Por todo esto, las fosas comunes son el castigo que en este país se reservaba, hace no tanto tiempo, a les marginades de la sociedad. Les que perdieron la guerra, los rojos (y sus compañeras, que ni para ser subversivas se las tenía en consideración), los que no comulgaban con la dictadura.
En una fosa común podemos ver que se cumple, a veces, con la dignidad católica correspondiente a la confesionalidad (no oficial, dicen) de España. Pero no hay ritual, no se promete la vida eterna (Iglesia y franquismo formaban un combo magnífico), no hay una disposición respetable de los cuerpos, no hay dignidad. Por ello constituye un castigo en toda regla.

En el cementerio católico de San Rafael, en Málaga, que alberga la mayor fosa común dentro de un camposanto conocida en el país, se encuentran restos de niñes, mujeres y hombres. Entre octubre de 2006 y 2009, se recuperaron restos de 2840 personas asesinadas (1138 varones, 89 mujeres, 349 infantes -no necesariamente asesinados-, y 1138 indeterminades) entre los años de 1937 y 1955. Nadie escapaba. En el sector 7 de la parcela de San Francisco se encuentran también casquillos de bala, fruto de los fusilamientos previos al arrojo de los cuerpos en las fosas, amén de fotografías, medallas, lápices, notas, crucifijos, ... Testimonios, en definitiva, del arrebato de una vida de forma rápida y brutal. Todo esto se pudo conocer gracias a la motivación de les familiares de les desaparecides, preocupades porque se iba a construir un parque sobre lo que intuían que eran las tumbas de sus seres queridos.
Los trabajos de excavación y de memoria histórica permitieron componer una memoria, elaborar informes forenses sobre las víctimas, ponerlos en relación con los datos históricos silenciados y oficiales, y soporte documental y bibliográfico de todo el proceso.
Se pudo concluir que la mayoría de les asesinades eran varones de entre 20 y 40 años, muertos por impactos de fusiles o de ametralladoras que acertaron en varias partes del cuerpo, y algunos tiros de gracia en los cráneos. Los cuerpos fueron arrojados a las fosas con incuria, sobre todo los días en los que debió haber más fusilamientos. Estaban maniatades con cuerdas y alambres (también por los pies, a veces), y en grave estado de descomposición por encontrarse los cuerpos revueltos y sin ataúd, además de estar colmatados bajo capas de cal viva.
En ese mismo cementerio, en el patio civil, encontramos otros cuerpos indignos de compasión cristiana. Por no merecer, no tenían tampoco féretro (los condenados a garrote vil, que se siguió usando hasta 1978, entraban en este grupo).

El teniente Queipo de Llano fue célebre aplicando castigos. Se especializó en el fusilamiento (nunca por su mano, claro, siempre lo ordenaba a sus subordinados) de rojos, tirando sus cadáveres en cunetas para que se pudrieran a la intemperie, hasta que finalmente fueran recogidos por los servicios municipales de limpieza. El castigo podía ser esperado por todo hombre que no debiera lealtad al nuevo régimen, y sus compañeras eran vejadas, violadas, rapadas, obligadas a abortar, ingerir aceite de ricino, ver cómo sufrían sus seres queridos, y asesinadas. La represión fue especialmente dura con les campesines, a quienes consideraban innobles e incluso de una raza inferior.

La falta de tumba conlleva una falta de dignidad. No es un pensamiento personal, sino colectivo, cultural. El honor y su falta trascienden a la muerte, permanecen para les que se quedan. La humillación perpetrada al difunte es extensible a sus allegades, por eso en esta joven y casi novata democracia nuestra quedan tantos asuntos pendientes, tantas heridas por cerrar. Les vencides y sus descendientes siguen cargando con el estigma y la rabia, resistiendo; les ganadores, por su parte, les escupen y pueden salir a la calle con banderas de una dictadura y el brazo en alto.
Es responsabilidad de les vives recordar. Es responsabilidad de les vives honrar a quienes fueron deshonrades en el aquí y en el allá. Les perdedores de la Historia no deben caer en la oscuridad, porque entonces pensaremos que nunca estuvieron aquí. Se nos olvida que antes de nosotres hubo alguien, y eso no es admisible en ningún caso.
Siempre, siempre, memoria pa resistir.



[Este trabajo es resumen de un apartado de mi propio TFG, El ritual funerario diferenciado como forma de castigo, por lo que no habrá en esta entrada apartado de bibliografía]

sábado, 5 de octubre de 2019

Memoria campeçina


Mucho hablamos de la docilidad y el aguante que se muestra en nuestra tierra de cara a las injusticias. Eso nos vale insultos, las más veces, y refleja una imagen que es injusta con el pueblo andaluz, en términos históricos y sociales.
Hoy quiero esbozar una pequeña pincelada de lo que nuestres vecines, que en su día fueran habitantes de nuestras ciudades, pueblos y aldeas (sigan en ellas o no), hicieron por defender la dignidad campesina.

En 1917, España estaba agitada a consecuencia de los estragos de la I Guerra Mundial, que en cierta medida salpicaron a nuestro país. Por ello, ese año se dieron varios fenómenos que fueron caldo de cultivo para lo que habría de venir: el manifiesto de las Juntas militares (integradas por altos cargos militares que se vieron afectados negativamente por la guerra, y que hacían de grupos de presión sobre la sociedad civil), la asamblea de los Parlamentarios de Barcelona (que pedía una reforma constitucional donde se reflejasen las identidades regionales españolas), y los motines que se dieron a lo largo del país en el mes de agosto. 
Siendo tal la situación, era imposible que el caciquismo y la tradicional política de los viejos partidos pudiera seguir funcionando.

La crisis y la huelga general de 1917 llevaron a convocar elecciones por sufragio universal masculino. En Córdoba destaca una suerte de coalición de izquierdas, el partido regionalista, que publicaba una revista llamada Andalucía, cuyo lema era Hombres nuevos y normas nuevas (a la mujer ni se la ve ni se la espera, claro. A pesar de participar como los hombres).
Un intento de revuelta llevaría a escisiones en el partido y a la clara oposición de las derechas, a lo que las izquierdas respondieron con luchas en los distritos electorales y muchos mítines que, si bien tenían mucha asistencia, no les reportaba demasiada credulidad de sus oyentes. Les campesines se veían demasiado lejos de esos políticos, por muy buenas palabras que pregonasen.

El 24/8/1918 ganan las elecciones los oligarcas y los caciques, creyendo de ese modo que mantendrían el status quo. Nada más lejos de la realidad, pues como respuesta a ello se organizaron reuniones y conferencias de obreres y jornaleres por todo el país, que tuvieron especial empuje en Andalucía. Semanas después se convocaron huelgas por toda Córdoba, en Castro, Espejo, Baena y Villanueva de Córdoba (que pararon brevemente durante julio y agosto porque había mucho trabajo y mejor pagado, pero en septiembre proletaries, comerciantes y pequeñes propietaries se unen a sociedades obreras, con sus mítines y propaganda). 
El 4 de noviembre más de trescientos pueblos declaran la huelga. Bandas de campesinos armadas recorren las tierras, nutriendo sus filas y derivando todo esto en paros, abandono de fincas, fuegos, huida y resistencia de los señoritos y luchas contra la Guardia Civil, cobrándose muertos y heridos. 
Se pide mayor jornal, trabajo para la gente del lugar (que a menudo se veía privada de él en favor de los forasteros, que cobraban más barato por necesidad), acabar con el paro y con el trabajo a destajo.

En diciembre y enero habría más huelgas (también en marzo, aunque fracasada), que afianzan una suerte de dictadura popular, conociéndose en toda la nación como "el problema agrario andaluz".
¿Y cómo se explicó este fenómeno? Acudiendo al cliché: que se pasaba hambre, que había usura por parte de los señoritos, que el trabajo era siempre a destajo, que había demasiados latifundios, etc. No es que esto fuera incierto; el problema es que nadie iba más allá. No se tenía en cuenta la memoria, la conciencia colectiva, el contexto, los sentimientos e ideales, el por qué de haberse producido esa reacción tan visceral. Y las soluciones que proponían los sabios, iban por el mismo camino: eliminar a agitadores o a caciques, parcelar, bajar las rentas, mejorar los cultivos, etc. Todo esto venía del diagnóstico dado por un tal Mr. Marvaud en su obra La question sociale en Espagne, cuyos razonamientos se vieron repetidos sin más análisis hasta la saciedad. Aun habiéndose acabado ya en muchas zonas por aquél entonces con el paro, el hambre y los latifundios (gracias a la lucha obrera y campesina); aun siendo el proletariado andaluz, junto al catalán, el pilar de la evolución obrera del país (de hecho se celebró el Córdoba el primer congreso anarquista de Europa, y se hicieron adoctrinamientos allí durante años), se seguían esgrimiendo las mismas ficticias soluciones.

Andalucía y su gente, siempre destacada para mal, nunca como ejemplo de nada bueno. Aun teniendo una conciencia revolucionaria que hizo temblar los cimientos del país. Una conciencia que hizo que, de hecho, las condiciones fuesen mejores para quienes llegamos después. Hay que tener memoria para saber conocer y reconocer esto, para abanderarlo con orgullo, y para no creernos el discurso de la siesta y la vaguería que nos quieren atribuir a toda costa.
Que viva la tierra y quien la trabaja.



BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA

- Díaz del Moral, J. (1920, edición 1973), Historia de las agitaciones campesinas andaluzas, en Moreno. I. (ed.) (2008), La identidad cultural de Andalucía, CEA, Sevilla

-Juntas de defensa

Asamblea de parlamentarios de Barcelona

-Elecciones generales 1918

-Crisis española 1917

domingo, 16 de junio de 2019

Entre lôh plieguê de una mantiya


La mantilla... Un adorno elegante, respetado, distinguido y rancio (esto se puede tomar en mejor o peor sentido), y, por encima de todo, signo de femineidad. Puede ser usada como elemento supresor o liberador, y es imprescindible dentro del imaginario español, aunque se remite de forma bastante notable al sur.