sábado, 5 de octubre de 2019

Memoria campeçina


Mucho hablamos de la docilidad y el aguante que se muestra en nuestra tierra de cara a las injusticias. Eso nos vale insultos, las más veces, y refleja una imagen que es injusta con el pueblo andaluz, en términos históricos y sociales.
Hoy quiero esbozar una pequeña pincelada de lo que nuestres vecines, que en su día fueran habitantes de nuestras ciudades, pueblos y aldeas (sigan en ellas o no), hicieron por defender la dignidad campesina.

En 1917, España estaba agitada a consecuencia de los estragos de la I Guerra Mundial, que en cierta medida salpicaron a nuestro país. Por ello, ese año se dieron varios fenómenos que fueron caldo de cultivo para lo que habría de venir: el manifiesto de las Juntas militares (integradas por altos cargos militares que se vieron afectados negativamente por la guerra, y que hacían de grupos de presión sobre la sociedad civil), la asamblea de los Parlamentarios de Barcelona (que pedía una reforma constitucional donde se reflejasen las identidades regionales españolas), y los motines que se dieron a lo largo del país en el mes de agosto. 
Siendo tal la situación, era imposible que el caciquismo y la tradicional política de los viejos partidos pudiera seguir funcionando.

La crisis y la huelga general de 1917 llevaron a convocar elecciones por sufragio universal masculino. En Córdoba destaca una suerte de coalición de izquierdas, el partido regionalista, que publicaba una revista llamada Andalucía, cuyo lema era Hombres nuevos y normas nuevas (a la mujer ni se la ve ni se la espera, claro. A pesar de participar como los hombres).
Un intento de revuelta llevaría a escisiones en el partido y a la clara oposición de las derechas, a lo que las izquierdas respondieron con luchas en los distritos electorales y muchos mítines que, si bien tenían mucha asistencia, no les reportaba demasiada credulidad de sus oyentes. Les campesines se veían demasiado lejos de esos políticos, por muy buenas palabras que pregonasen.

El 24/8/1918 ganan las elecciones los oligarcas y los caciques, creyendo de ese modo que mantendrían el status quo. Nada más lejos de la realidad, pues como respuesta a ello se organizaron reuniones y conferencias de obreres y jornaleres por todo el país, que tuvieron especial empuje en Andalucía. Semanas después se convocaron huelgas por toda Córdoba, en Castro, Espejo, Baena y Villanueva de Córdoba (que pararon brevemente durante julio y agosto porque había mucho trabajo y mejor pagado, pero en septiembre proletaries, comerciantes y pequeñes propietaries se unen a sociedades obreras, con sus mítines y propaganda). 
El 4 de noviembre más de trescientos pueblos declaran la huelga. Bandas de campesinos armadas recorren las tierras, nutriendo sus filas y derivando todo esto en paros, abandono de fincas, fuegos, huida y resistencia de los señoritos y luchas contra la Guardia Civil, cobrándose muertos y heridos. 
Se pide mayor jornal, trabajo para la gente del lugar (que a menudo se veía privada de él en favor de los forasteros, que cobraban más barato por necesidad), acabar con el paro y con el trabajo a destajo.

En diciembre y enero habría más huelgas (también en marzo, aunque fracasada), que afianzan una suerte de dictadura popular, conociéndose en toda la nación como "el problema agrario andaluz".
¿Y cómo se explicó este fenómeno? Acudiendo al cliché: que se pasaba hambre, que había usura por parte de los señoritos, que el trabajo era siempre a destajo, que había demasiados latifundios, etc. No es que esto fuera incierto; el problema es que nadie iba más allá. No se tenía en cuenta la memoria, la conciencia colectiva, el contexto, los sentimientos e ideales, el por qué de haberse producido esa reacción tan visceral. Y las soluciones que proponían los sabios, iban por el mismo camino: eliminar a agitadores o a caciques, parcelar, bajar las rentas, mejorar los cultivos, etc. Todo esto venía del diagnóstico dado por un tal Mr. Marvaud en su obra La question sociale en Espagne, cuyos razonamientos se vieron repetidos sin más análisis hasta la saciedad. Aun habiéndose acabado ya en muchas zonas por aquél entonces con el paro, el hambre y los latifundios (gracias a la lucha obrera y campesina); aun siendo el proletariado andaluz, junto al catalán, el pilar de la evolución obrera del país (de hecho se celebró el Córdoba el primer congreso anarquista de Europa, y se hicieron adoctrinamientos allí durante años), se seguían esgrimiendo las mismas ficticias soluciones.

Andalucía y su gente, siempre destacada para mal, nunca como ejemplo de nada bueno. Aun teniendo una conciencia revolucionaria que hizo temblar los cimientos del país. Una conciencia que hizo que, de hecho, las condiciones fuesen mejores para quienes llegamos después. Hay que tener memoria para saber conocer y reconocer esto, para abanderarlo con orgullo, y para no creernos el discurso de la siesta y la vaguería que nos quieren atribuir a toda costa.
Que viva la tierra y quien la trabaja.



BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA

- Díaz del Moral, J. (1920, edición 1973), Historia de las agitaciones campesinas andaluzas, en Moreno. I. (ed.) (2008), La identidad cultural de Andalucía, CEA, Sevilla

-Juntas de defensa

Asamblea de parlamentarios de Barcelona

-Elecciones generales 1918

-Crisis española 1917

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