domingo, 16 de junio de 2019

Entre lôh plieguê de una mantiya


La mantilla... Un adorno elegante, respetado, distinguido y rancio (esto se puede tomar en mejor o peor sentido), y, por encima de todo, signo de femineidad. Puede ser usada como elemento supresor o liberador, y es imprescindible dentro del imaginario español, aunque se remite de forma bastante notable al sur.
En concreto, es símbolo de la mujer andaluza en las ceremonias solemnes religiosas y profanas durante el siglo XX, como vemos en la Semana Santa, la Feria y los toros. También en puestas de largo de señoritas de la alta sociedad, que incluso siendo mesetarias, bajan al sur para representar su papel bajo blondas y carey (lo hemos visto recientemente con la Excelentísima Señora Victoria Federica de Todos los Santos de Marichalar y Borbón, Grande de España y dama divisera hijadalgo del Ilustre Solar de Tejada...po toma). Hay que reconocer, eso sí, que tiene sentido que ella la use, ya que fue con Alfonso XIII con quien se popularizó, manteniéndose durante la República e incluso la Guerra Civil.
JUANITA REINA DE MANTILLA
Imagen de Pinterest.com

Pero el origen del uso de este atavío, ¿cuál es?
Sabemos que en la Biblia está la imposición semitíca a las mujeres de llevar cubierta la cabeza al estar entre hombres. San Pablo, en su carta a los gálatas, sostiene la igualdad entre hombres y mujeres en conciencia, resposabilidad y destino eterno, pero le impone a ellas el uso del velo en ámbitos religiosos. Sostiene que esto es así porque, al nacer Eva de la costilla de Adán, la mujer está por debajo del hombre, y de algún modo debe reflejarse en un sentido material. De hecho, en las Escrituras se asegura que Dios creó al macho y la hembra para que, con la unión amorosa, fueran la imagen de Dios. No se habla de superioridad ni de inferioridad. A pesar de ello, si la mujer hablaba con la cabeza descubierta en las asambleas, deshonraba al varón, que era la cabeza moral. Para justificar esto se acude a "la tradición". Sería una forma de integrar la tradición hebrea, ya que, aunque la doctrina cristiana fuese más progresista, la moral judía seguía pesando. Hay, no obstante,varias contradicciones en el discurso de San Pablo en estas cartas (se cree que porque algunas partes fueron añadidos posteriores), porque al mismo tiempo admite que, aun saliendo la mujer del hombre, el hombre nace de la mujer, procediendo ambes de Dios. Esta afirmación sigue la línea del pensamiento aristotélico, que afirmaba que las mujeres tienen alma, pero pasiva, de ahí que sean dependientes del varón.

MUJERES DE MANTILLA EN UN BALCÓN
Imagen de dejameseryomisma.blogspot.com

Las vírgenes también eran marcadas con el velo. Lo recibían, junto con un anillo, al consagrarse a Dios. Esa imagen se mantiene en las imágenes devocionales marianas, que tienen en su repertorio textil la mantilla, aunque sin peineta.
Cuando fue dejando de usarse el velo en el ceremonial litúrgico popular, hubo resistencia por parte de la Iglesia. De hecho, durante un tiempo fue usual ver en la entrada de las iglesias tenderetes donde prestaban mantillas para asistir a la función.
VIRGEN DE LA ESTRELLA
Imagen de forocofradias.com

En época romana había una ceremonia que nos indica un uso ya antiguo del velo, el flammeum: la cubrición de la cabeza de la novia antes de la ceremonia de boda, para salir de su casa. Más tarde, ya con la doctrina cristiana, se realizaba durante la ceremonia el velamen, el acto de cubrir la cabeza de la novia y los hombros del novio con el mismo velo. 
Pero el uso de la mantilla (mantum) es más antiguo aún. En concreto, proviene de época íbera, cuando las damas lo usaban con un tympanon para elevar el velo que caía sobre el rostro, según escritos de Artemidoro, y según vemos en las esculturas íberas de damas mitradas.

EXVOTO ÍBERO DEL SANTUARIO
DE COLLADO DE LOS JARDINES
Imagen de Pinterest.es (ceres.mcu.es)

En el siglo XV se extiende el uso de la mantilla y se ven variedades (de paño, lana, bayeta, con adornos, y más adelante, de aguja, de bolillos, hechas mecánicamente, con técnica mixta, etc), y para los siglos XVI-XVII se empieza a considerar como traje popular español, con sus particularidades regionales y sociales. Tal llegó a ser su importancia, que Felipe IV le dio a la prenda privilegio real, prohibiendo su confiscación por deudas para no privar a la mujer de su derecho a cubrirse. Las mujeres de alta alcurnia pondrían de moda las mantillas de encaje, extendiéndose su uso en el siglo XVIII a las cortesanas y mujeres de alta sociedad, convirtiendo en estiloso un elemento que hasta entonces había quedado reservado a las clases populares y a las mujeres de vida alegre (de hecho, la mantilla se consideraba en su momento símbolo de liviandad, por compararse su menor cantidad de tela con el empaque de los mantos). En el siglo XIX se convierte, gracias al uso que le diera Isabel II, en el tocado por excelencia de la mujer española. La Casa Real francesa relegaría la mantilla, pero la emperatriz Eugenia de Montijo persistió en su uso, con lo que volvió a ponerla de moda hasta 1868, dejándose de usar casi por completo, excepto en algunas ciudades andaluzas.
En el siglo XX, en Sevilla, se estilaba vestirse de mantilla para pasear, usando "toquitas" o "de media luna" (tipos de mantilla, según si se iba a misa de mañana o rosario de tarde), y se combinaban con gargantillas, pendientes, broches y cómo no, peinetas (o peinas, o tejas). El propósito de estas últimas es crear una cámara de aire sobre la cabeza para que el sol la caliente menos.

MUJERES DE MANTILLA EN
LA ALHAMBRA
Imagen de todocoleccion.net
La tradición de vestir de mantilla ha quedado hoy prácticamente relegada al Jueves y Viernes Santo. Se combina con los adornos que ya hemos comentado, amén de un vestido negro sencillo, medias, guantes de encaje y zapatos (preferiblemente tacones) también negros. El ritual en el ámbito femenino de una familia andaluza en torno al atavío de la mantilla encierra una significación importante, especialmente en términos de conocimientos domésticos, íntimos e incluso de cultura popular. Las jóvenes de la familia no tienen el honor de vestirse de mantilla hasta cumplir la mayoría de edad, heredando de sus madres y abuelas todos los elementos que componen el atuendo. A propósito de este fenómeno, hay un par de expresiones que hoy, cierto es, se usan poco: haber salido de mantillas y estar en mantillas. Significan, respectivamente, haber madurado como para poder tomar decisiones, y estar en los inicios de algo, sin experiencia.
Hay que señalar, no obstante, que esto hoy queda prácticamente en exclusiva para las familias adineradas, porque las mantillas no resultan baratas, y no es una inversión que se suela hacer, tanto menos para todas las mujeres de una familia. Sin embargo la mujer vestida de mantilla sigue estando muy presente en el ámbito popular andaluz, y es icono del buen gusto y elegancia para muches.

La mantilla puede ser también elemento de resistencia y subversión, lo que ciertamente está contribuyendo a alargar su pervivencia. Ya las damas de la corte madrileña la usaron como protesta contra Amadeo de Saboya en 1871, vistiendo lo que se consideraba, como ya hemos visto, como el tocado típico español, para apoyar a la casa de Borbón. Este episodio se conoció como la conspiración o la rebelión de las mantillas.

CARLOS CARVENTO
 Imagen de https://shangay.com
OCAÑA
Imagen de Instaview.fun

También José Pérez Ocaña, o La Ocaña, icono de la contracultura barcelonesa de los 80, se retrató e hizo uso a menudo de la mantilla como se lucía en su Andalucía natal. Su intención era la de romper moldes, subvertir su uso, y por supuesto, abanderar y popularizar un elemento que, si bien era del pueblo en origen, había sido monopolizado por las clases pudientes.
Más recientemente, en la Semana Santa de 2019, hemos sido testigos de cómo el bailarín y performer Carlos Carvento se vestía de mantilla en Córdoba, con el objeto de reclamar una visibilidad para el colectivo LGTBIQ+ dentro de estas tradiciones culturales que nunca se les ha dado, a pesar de pertenecer, aportar y vivirlas tanto como cualquiera.

En definitiva, mantilla como icono cultural y abanderamiento de la identidad, sí. Mantilla como elemento supresor y yugo de una única imagen femenina...Pues mira, no, gracias.


Bibliografía/webgrafía

-Ocaña en Elcostal.org
-Entrevista a Carlos Carvento en Shangay
-Braojos y Javierre (ed.), 1993, La Mantilla, gala y privilegio de las fiestas sevillanas, Ayuntamiento de Sevilla, Sevilla
-Vizcaíno, A., El manto femenino ibérico (pp.33-47), en Alfaro, Martínez y Ortiz (eds.), Mujer y vestimenta. Aspectos de la identidad femenina en la Antigüedad, Vol.II, SEMA, Valencia, 2011

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